viernes, 18 de julio de 2014

Socios a la Fuerza - Blink - Segunda Parte

- ¡Y “Destripahidráulicos” vuelve a morder la lona! [ZZZTTT] ¡Qué pegada tiene nuestro Titan Rojo, [ZZZTTT] ¿no crees, Karl?
- Ya lo creo, Garl. [ZZZTTT] Esta clase de pelea sucia es la que ha dado buen nombre [ZZZTTT] a los luchadores de la luna de Ashlan.
- ¡No cantemos victoria todavía, Karl! [ZZZTTT] ¡Sí, está pasando! ¡”Destripahidráulicos” [ZZZTTT] se está levantando...!”

A un lado de la pantalla holográfica, un jovencísimo Riki saltaba sobre la espalda de aquel mecanoíde de combate “Hellfrost-19”, dispuesto a clavar la punta de su martillo neumático en su sistema de cableado craneal.

Al otro lado de esa misma pantalla, con el peso de los años marcado en sus cicatrices y sus ojos grisáceos, el Riki de la actualidad reposaba recostado en el cómodo asiento del capitán, con sus manos cruzadas tras la nuca y los ojos cerrados. A su alrededor, por toda la cabina de la nave, pendían cables y más cables, dejando todos aquellos paneles abiertos de par en par como silencioso testimonio de lo que había sido una búsqueda totalmente infructuosa.

- ¿Quieres apagar eso de una maldita vez? – la ronca voz de Gordo Cobb estaba ahogada por sus propios brazos mullidos, entre los que trataba de esconder su cabeza. – Llevas horas con esa basura puesta en la holopantalla. ¡Si vuelvo a escuchar más estática de nuevo...!
- ¿Qué quieres que le haga? – Riki ni siquiera abrió los ojos y apenas se movió del cómodo asiento lo justo como para señalar al techo. – Estamos a más de cincuenta metros de profundidad, en mitad de un yacimiento de magnetita enriquecida...
- ... y si se corta la transmisión es posible que no podamos recibir mensajes del exterior. Ya, ya... – Gordo Cobb suspiró y fijó sus pequeños ojos de rata en aquella luz parpadeante. – Y todo por culpa de ese parpadeo del demonio...

A unos pocos metros, aquella luz seguía emitiendo su guiño intermitente, casi hipnótico. Apartando la vista y tras mover la cabeza como saliendo de alguna clase de trance, Gordo Cobb se pasó las manos por los mofletudos carrillos en un gesto de sincera desesperación.
 ¿¡Pero que estarán haciendo ahí afuera Balboa y los demás...!?
- Eh. – Riki se aseguró de sonar lo bastante tajante como para dejar claro a Cobb que no iba a tener mucha más paciencia que la que le estaba regalando. – Para empezar fuiste tú quien decidió quedarse aquí.
- ¿Y dejar sin vigilancia el cargamento? Ya os gustaría... – Cobb miró con ironía al corpulento ex – luchador, cuyos músculos aun eran lo bastante poderosos como para rellenar por completo el mono de mecánico que llevaba puesto en aquel momento.
 Je. Después de todo lo que hemos pasado... aun crees que vamos a robarte, ¿verdad? – Riki giró la vista y respondió con idéntica ironía a Cobb - ¿Sigues sin comprender que te necesitamos tanto como tu a nosotros?

Gordo Cobb se había incorporado y estaba a medio camino de la pequeña nevera en la que Seya solía guardar una botella de aguardiente Remosanto. Se detuvo, frenado en seco por esa sensación de impotencia que le hacía rechinar los dientes. Estaba harto. Harto de dormir en aquella sucia litera, aguantando los infernales ronquidos sincronizados de aquellos corpulentos hermanos. Harto de las raciones de comida sintética precocinada por Nino, de perder dinero en cada negocio, de no poder regresar a Valsan. Cobb miró la botella de aguardiente barato: hacía ya seis semanas que no probaba un trago decente.

- Gracias a tus contactos podemos movernos por el Diámetro Exterior, colega. – Riki se echó hacia delante y posó su vista en la parpadeante luz roja que los había obligado a hacer esta parada de emergencia. – En cuanto vuelvan el capitán, Seya y mi hermano podremos marcharnos... – Riki caminó por el lado de Cobb y le arrebató la botella de Remosanto de entre los dedos, justo antes de poder pegarle un solo trago - ¡Salud!

Cobb miró con desprecio infinito a Riki: él no tendría por qué aguantar semejante trato. Si hubiera sido uno de sus hombres en Valsan...

- En serio, Gord... – Riki se interrumpió a sí mismo y corrigió la frase, pues sabía lo mucho que le molestaba a Cobb que usaran su apodo delante suya. – Colega, una cosa es que nuestro capitán se crea el jodido Joan March reencarnado y otra muy distinta es que quiera acabar como él... – sin soltar la botella, Riki señaló a través de los ventanucos la negrura de la gruta en la que la “Milagros” se encontraba oculta - ¡Enterrado en las entrañas de este maldito planeta!
- Espera un segundo... – Gordo Cobb lo miró con los ojos todo lo abiertos que podían estar aquellas dos canicas de porcelana negra. – Por eso te ofreciste voluntario para quedarte aquí...
- ¿Se puede saber que...?
- Eres de los que se cree esa historia, ¿no? – la carcajada de Cobb resonó en la cabina y debió escucharse en el resto de la “Milagros”. – ¡No puedo creerlo!

De no haber sido por el zumbido de una comunicación entrante, es posible que a su llegada el capitán y los demás hubieran encontrado a Cobb con unos cuantos dientes de menos. Mientras el obeso señor del crimen reía como no lo había hecho en meses, Riki apenas murmuró un sonoro insulto al tiempo que se aproximaba a la consola de mandos.
-  ¡NO!

Riki frenó en seco: el vozarrón temeroso de Cobb había sido tan estremecedor que había logrado arrancarle un pequeño gritito de sorpresa. El corpulento mecánico miró al nuevo y más reciente socio de la “Milagros”, cuyo rostro se había asumido una mueca de puro terror.
 ¿Qué...?
- No lo hagas, Riki... – Cobb se incorporó del asiento del copiloto sobre el que se había dejado caer segundos antes, cuando era todo carcajadas y malicia. – ¡No contestes!
 ¿Pero...? – Riki hizo ademán de zafarse de las manos de Cobb quien se aferraba a su brazo como si de un salvavidas se tratase. Tanto miedo en las palabras de Cobb le hicieron dudar y, con una inquietud mal disimulada, Riki le preguntó... - ¿Qué es lo que pasa?
-  ¿Y si esa llamada...?

Cobb guardó silencio, mirando con una mueca de terror a través de uno de los ventanales de la cabina. Riki giró la cabeza y tragó saliva al mirar a través de ellos, que no mostraban otra cosa que la oscuridad total de la gruta.

Dando por cerrados unos inquietantes momentos en los que sólo se escuchaba el insistente zumbido de la holo-llamada; Cobb rompió el silencio.

- ¿Y si esa llamada...? – comenzó a repetir - ¿... es el fantasma de Joan March?

Riki giró lentamente la cabeza y miró a Cobb. La mueca de sincero terror de éste fue, poco a poco, convirtiéndose en una sonrisa burlona para, finalmente, transformarse de nuevo en una carcajada resonante.

 Gordo hijo de puta... – Riki lo apartó de un manotazo y dejó que diera con sus nalgas en el suelo.
- No se por qué te preocupas... – Cobb seguía en el suelo, con las lágrimas saltadas y riendo como un demente - Ya sabes lo que dice la canción, ¿no? ¡No podrá hacerte daño mientras no salgas de tu nave! ¡Esa es la maldición de El Gran Contrabandista!

Con la risa de Cobb resonando aun en la cabina, Riki abrió el canal de comunicación.

 Aquí la “Milagros”... – Riki miró la holo-pantalla pero en ella apenas si se veían siluetas a través de la nieve. - ¿Capitán? ¿Me recibe?
- [ZZZTTT] ... Riki... [ZZZTTT]... – durante un segundo apareció el rostro de Balboa en pantalla. – [ZZZTTT] ... recibes? Cambi... [ZZZTTT]
- Te recibo muy mal, Capitán... – Riki trataba de ajustar los parámetros de sincronización del bloqueo magnético de la nave.
- [ZZZTTT] ... astilleros. Tenemos a un técnico que... [ZZZTTT] ...
- Capitán, la señal es muy mala... – a Riki se le acababan los conmutadores para pulsar. – Repita por favor.
- [ZZZTTT] ... [ZZZTTT]...
- ¿Capitán?
- [ZZZTTT] ... [ZZZTTT] ... Joan March... [ZZZTTT]

Riki sintió un escalofrío al escuchar esas dos palabras. Apenas tuvo tiempo de girarse y mirar a Gordo Cobb, cuya risa había dejado de escucharse en ese preciso instante. Porque fue entonces cuando todas las lámparas, pantallas, conmutadores y demás fuentes de luz de la “Milagros” se apagaron al mismo tiempo.
Todas.
Menos la parpadeante luz roja, claro.

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