lunes, 10 de marzo de 2014

El Fiero Paso del Dragón - Herencia - Cuarta Parte

Desde su tumba de cristal Awender observaba a los dos gigantescos titanes batirse en su particular combate a muerte. Por un lado, Sirina, titán del río Cielo y por la otra parte Shiro, el dios Dragón.
Hacía horas que Darrell había dejado ese lugar, o al menos, eso le parecía a Awender, ya que en este lugar el tiempo dejaba de tener sentido. Pensaba que fuera habrían pasado ya días o quizás solo minutos; quien sabe; no disponía del conocimiento necesario para afirmarlo con certeza.
De lo que sí estaba seguro era de que no sabía si había hecho lo correcto dándole a Darrell la localización de su hija Tessa. Conocía al hechicero desde que apenas podía hacer levitar, y no sin esfuerzo, un pequeño libro y sabía que ese niño jamás pondría en peligro la vida de él o de su hija. Pero si alguien había cambiado en los últimos años, ese era Darrell. Ahora era un hombre nuevo, sabio, con conocimientos y grandes poderes; Eso no se conseguía sin sacrificios. Y él ya no confiaba en este hechicero. Por desgracia, era su única esperanza.
-Estás muy equivocado.-
Awender se giró de inmediato. En el umbral de la gran puerta que daba acceso a la sala, una figura cubierta de una túnica esmeralda avanzaba con pasos seguros.
-¿Cómo has dicho?. ¿Quién eres tú? – Awender estaba ya harto que los hechiceros entraran y salieran de este lugar como les diera en gana. Si este lugar iba a ser su tumba quería que fuese solo para él.
El extraño seguía acercándose a Awender.
-¡He dicho que te detengas!-
Cuando el extraño se acercó a una distancia suficiente se quitó la capucha que cubría su rostro. Era un hombre, alto, de la edad de Awender, con la piel tostada, ojos pequeños y pintados bajo unas finas pestañas. Todo el pelo de su cara se concentraba en una larga y fina perilla. Un lunar pensó Awender para sí mismo.
-Perdona mi intrusión Awender, mi nombre es Al-thair, sumo sacerdote del panteón del río Cielo y fiel seguidor de nuestra señora Sirina.-
Awender miró de reojo a los dos titanes.
-¡Largo de aquí!, ¡estoy harto de los tejemanejes de tu señora!. ¡Nunca saldrá de esta prisión!.-
-Cálmate, Awender, no hay necesidad de enervarse. Comprendo tu enfado y tu impotencia. Pero, sabes que Darrell no te ha contado toda la verdad, en el fondo… lo sabes–. El recién llegado hizo una pausa. -¿Quieres saberla?.-

Awender titubeó. Quería decirle al sacerdote que se largara, pero también quería saber que tenía que decir. La duda de Awender fue considerada por Al-thair como una invitación a continuar hablando. - El conjuro necesario para hacer de Tessa el recipiente adecuado. El mismo que utilizaron sobre ti. ¿Sabes cuanta gente murió antes de que acertaran contigo?.-el sacerdote no dejó que contestara. -Darrell si lo sabe. Pero claro, es vuestra única esperanza. Está claro que el hechicero ha decidido correr el riesgo. La pregunta es, ¿quieres correrlo tú?. Awender miraba al lunar. Era como escuchar de otra persona lo que él mismo pensaba. Se giró y observó a los dos titanes.

-Te voy a contar por qué os habéis metido en este lio. Algo que debía haberte contado tu “amigo”. Darrell, como todos los hechiceros, ansía el saber más que nada; el conocimiento y el poder. En esa torre suya, hacen cosas inimaginables incluso para mí, cuyo poder depende únicamente de los designios de mi diosa. En la búsqueda de ese poder, los hechiceros manipulan el espacio y el tiempo; en ese viaje le robó objetos a mi diosa, conocimientos prohibidos para los mortales porque están llenos de poder. Mi diosa quiere recuperarlos y por eso lleva tanto tiempo intentando materializarse en ese plano.-

Al-thair se acercó a Awender y alargó su brazo hasta tocarle el hombro.

-Mi señora Sirina solo busca a Darrell. No hay necesidad de poner en peligro a Tessa, ni al resto de tus amigos –

Awender se giró, bruscamente, en tensión… pero tras unos segundos su cuerpo se volvió a relajar. -¿Qué he de hacer?-.



Lady Tessa observaba el exterior, la cubierta del barco, desde el ojo de buey del camarote donde la habían encerrado.
Apenas llevaba un par de días con estos dos hombres, Raudo el pícaro y Darrell el hechicero, y fue suficiente para darse cuenta de que eran personajes con recursos. En ese tiempo, además de raptarla, habían conseguido eludir la guardia de su padre y de su prometido y todo eso mientras conseguían robar un barco.
A través de la pequeña obertura veía como el hechicero, concentrado, hacía alardes de su gran poder manejando el barco él solo y lo hacía navegar por las aguas del gran río del imperio.
Mientras lo observaba pensaba la reveladora historia que unos días atrás había contado el hechicero, palabras, que por supuesto no creía, pero sus intentos de escapar de sus captores habían siempre fracasado.
El ruido de la cerradura al abrirse la sacó de su ensimismamiento. Rápidamente se puso a un lado de la puerta.

-Lady Tessa prepárese a degustar un auténtico manjar- Raudo entraba en la sala despreocupadamente con una bandeja en las manos. La princesa aprovechó este momento para intentar huir pero no contaba con que Raudo era más rápido de lo que parecía. Con un diestro movimiento le puso el pié delante para que la cautiva tropezara.

Tras dejar la bandeja en la mesa, el pícaro se giró y con la mejor de sus sonrisas le ofreció la mano.

-Permíteme que le ayude a levantarse. Le hemos dicho que por su propia seguridad debe quedarse con nosotros.- De mala gana, Tessa aceptó su ayuda. – ¡Yo estaba muy segura en mi
palacio hasta que ustedes dos vinieron!.- A pesar de la ira de la chica Raudo mantenía la tranquilidad,-Comprendo su postura, pero debe creer lo que le decimos y, por favor, debe comer. Si le pasara algo no quiero pensar lo que Awender nos haría.- Tessa estaba enfadada pero también muy hambrienta así que aceptó comer lo que Raudo le había traído.

El pícaro la observaba mientras Tessa se tomaba rápidamente la sopa. Tenía unos ojos preciosos, no le extrañaba que esas gemas azules hubieran encandilado a uno de los hombres más poderosos del Imperio.
La chica se percató que la observaba y volvió a recuperar la compostura, tomando la sopa de manera mucho más delicada.
-¿A dónde vamos?- preguntó, después de limpiarse delicadamente los labios.
Raudo sonrió, - no lo sabemos. Lo único que conseguimos averiguar es que Awender partió en un barco unas horas antes que nosotros rio abajo. Espero que nuestro amigo sea capaz de seguir la pista de tu padre.–

De pronto unos finos hilos de niebla empezaron a entrar en el camarote. Raudo extrañado salió al exterior. La nada rodeaba al barco, apenas veía a Darrell que unos metros adelante seguía sentado y concentrado. Maldijo ya que él poco podía hacer, solo  rezar al dios embaucador para que el poder del hechicero le permitiese navegar incluso en estas adversas condiciones.



Tae miraba a su amigo y no podía creer lo que veía. –¿Si.. rina?, ¡por todos los monstruos de la mar de las tempestades!,  ¿cómo es posible?, ¡qué has hecho con mi amigo!-. El cuerpo de Awender lo miraba con asco, como si fuera insignificante, el pirata se sentía muy pequeño. – AHHh, pAReCE qUE, aL FiN y aL cabo, No eREs sOlO MUScuLOs.-. ¿Dónde demonios me llevas?-Tae alargaba la conversación mientras intentaba librarse de sus ataduras.-Espero que no le hayas hecho daños a los demás, si no, ¡juro que te echaré a la fosa de los mil océanos!-

Entonces, alguien entró en la bodega. Tae no lo conocía. Un especie de sacerdote, túnica esmeralda, de piel tostada y ojos pintados. Iba acompañado de dos guardias con sus máscaras puestas. Cuando llegó a la altura de Sirina hincó la rodilla.

-Mi señora, ya hemos llegado-

Sirina, se giró, -ExCELentE. Coged aL PriSIOnero-.

Cuando le subieron a la cubierta Tae no podía ver lo que creía. Una tenue niebla rodeaba el barco. Apenas podía ver a 10 metros de distancia. El barco avanzaba, meciéndose lentamente por las tranquilas aguas del río. A ambos lados se levantaban grandes estatuas tanto de antiguos como de nuevos dioses del mar. Tae reconoció a Davos, Lana, Abson, Shiro, Sirina... Todo el entorno era como fantasmal. De lejos el viento traía gritos hasta los oídos de Tae. Alrededor suyo los hombres de Sirina temblaban de miedo. No había duda, estaban en la zona de penumbra, un plano intermedio entre el mortal y el de los dioses, pero, en teoría, pensaba Tae, era solo una leyenda.
El barco se paró en un embarcadero.

Sirina miró a Tae. – AHoRa SoLO quEDA esPERar qUE llEQuEn Tus AMigOS-

[continuará]

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