viernes, 11 de octubre de 2013

La Caja de Turing - Conclusión

La teatral presentación del enigmático personaje quedó enfatizada por un tenebroso fulgor azulado que parecía emanar de la caja, como si percibiera la cercanía de su creador. Una enfermiza luminiscencia impregnó la sala de operaciones. Todos los presentes quedaron congelados, inmóviles, hipnotizados por el magnetismo de la alargada figura plantada al final de la escalera.

- Creo que la creencia popular afirma que quien calla otorga. Consecuentemente tomaré su silencio como cortés saludo de bienvenida y aceptación de mi autoridad, dadas las circunstancias…- Comenzó a decir altivamente.

- ¡¿Pero quién coño se cree usted que es?! – Reaccionó bruscamente el Mayor Andrew.

- No tengo por costumbre derrochar mi tiempo repitiendo las cosas… Y espero que al menos se percaten de que tiempo no es precisamente algo que nos sobre en estos momentos. – Contestó Turing, dedicando una condescendiente mirada al veterano militar.

- Mayor, reconozco al profesor Turing de fotos y vídeos de los archivos. Puedo confirmar su identidad. Lo qué no sé es cómo diablos ha llegado hasta aquí ni cómo se ha enterado de todo esto. Se suponía que había desaparecido. – Intervino Emil Carter.

- He estado dedicado a mis asuntos y, como ustedes comprenderán, no dejé a mi creación sin la debida vigilancia. – Contestó Turing, mientras se quitaba tranquilamente la oscura gabardina y la acomodaba en el respaldo de una solitaria silla, junto a su peculiar sombrero y su viejo paraguas.

Mark y Henry intercambiaron significativas miradas. La afirmación del recién llegado implicaba serias brechas en la seguridad que ellos habían pasado por alto. Sabían a ciencia cierta que eso provocaría aún más al Mayor Andrew. Y no es que estuviera tranquilo precisamente.

- Vamos señores. Hace años, le abrí a la humanidad las puertas a un nuevo universo y ustedes lo han mantenido todo en secreto como advenedizos, utilizando el… Perdón, mi Caja como sistema de espionaje, permitiendo el acceso únicamente a las grandes multinacionales que colaboran en campaña. – En las manos del profesor había aparecido un dispositivo similar a una Tablet y éste lo tecleaba con dificultad mientras hablaba, sin levantar la vista de la pequeña pantalla. – Así que dejen de preocuparse por mí y centrémonos en lo que nos ha reunido en este ajetreado día: la vida de esos tres soldados y… Ah, bueno, sí, y el fin de la sociedad moderna, tal y como la conocemos. – Dicho esto, pulsó una última vez su dispositivo portátil y las dos pantallas del sistema de monitorización de los soldados volvieron a funcionar.

- ¡Señor, los soldados Darko, Fargo y dela Cruz mantienen constantes vitales estables, aunque siguen sin contactar con Central! – Anunció la Doctora Duvall.

Emil Carter se sumergió desesperadamente en la cascada de códigos que brotaba de los monitores, buscando entre el galimatías algo que él pudiera entender. ¿El fin de la sociedad moderna? ¿Pero qué cojones…? Una cosa estaba clara. Los sensores de su equipo detectaban ahora una presencia viva al otro lado. Eso ya planteaba un puto rompecabezas. La Caja era la única puerta de entrada, por lo que no era posible que hubiera “alguien” al otro lado ¿Verdad? Pero eso era lo de menos. El problema era que, fuera lo que fuera lo que estaba llamando al timbre, era jodidamente gigantesco. Si “eso” tenía hambre, dudaba que bastara con un telefonazo a Pizza Hut.

Era hora de tomar la iniciativa. – Profesor, lamentaría ser grosero pero, ¿Puede explicarnos qué coño está pasando? – Dijo Emil Carter, encarando al creador de la Caja.

- Dar una correcta sinopsis que todos los presentes pudieran entender nos costaría demasiados giros de las manecillas. – Turing comenzó a hurgar en sus bolsillos buscando algo mientras hablaba, aparentemente ajeno a la terrible tensión del momento. – Pero podría decirse que el ciberespacio creado por mi Caja, bueno en realidad no lo ha creado, existía desde tiempos inmemoriales, aunque no como Ella les permite percibirlo ahora por supuesto, ha resultado ser, inter alia, evidentemente, en palabras sencillas, un nexo interdimensional.-

- ¿Un nexo interdimen…? – Comenzó a preguntar Emil Carter.

Turing no pareció darse por aludido. – La raza humana vive ajena a los horrores que habitan en los confines del universo. Y créanme cuando les digo que es mucho mejor así. Es por eso que es imperante… ¡Ah! ¡Aquí está! – El profesor sacó un papelillo arrugado del bolsillo interno izquierdo de su chaleco, lo desplegó con parsimonia y dijo grandilocuentemente: - El código de alerta es “Alpha-Bravo-7785-Rojo-0643-Alerta-Centauro”.

- ¿Qué? – Emil Carter se disponía a interpelar al profesor Turing cuando se percató de la palidez del rostro del Mayor Andrew. - ¿Qué le ocurre, Mayor? –

El militar parecía haber envejecido veinte años de un solo golpe. Emil Cater podía ver cómo perlas de sudor afloraban en la frente de su superior, amenazando con caer sobre sus desorbitados ojos azules. Aun así, hubo que reconocerle que no titubeó al contestar. – Código de confirmación de alerta: “Beta-Sigma-3128-Rojo-9617-Alerta-Alpha”. Desde este mismo instante, como oficial de mayor rango presente, asumo ineludiblemente el mando en cuestiones de Seguridad Nacional, en caso de romperse las comunicaciones con la cúpula directiva. –

- Bien, hemos cumplido con el protocolo. – Interrumpió Turing mientras se atusaba el perfilado bigote y lanzaba descuidadamente el papelillo a algún oscuro rincón. – Si no me equivoco, debemos llevar un rato incomunicados. Pueden comprobarlo. Las líneas debieron cortarse tras la desconexión de la caja. Gran idea, por cierto, eso de apagar todos los sistemas de contención de amenazas. ¿Tienen por costumbre desmontar la puerta para evitar que entren en sus casas? –

Enfatizando el significado de las palabras del profesor, lo que parecía un nuevo tentáculo de energía comenzó a asomar por la superficie de la Caja. La doctora Duvall gritó aterrorizada mientras corría escaleras arriba, buscando inútilmente cómo escapar. Las compuertas habían sido selladas en algún momento. Emil Carter sospechaba que Turing tenía algo que ver. ¿Una medida de precaución?
Ajeno a ello, la escolta del Mayor Andrew formó en fila apuntando con sus fusiles automáticos al haz de luz, esperando la orden de disparar.

- ¡Es inútil Mayor! – Continuó Turing, alzando la voz. - ¡Sus balas no le harán daño! ¡Ningún arma de este mundo puede hacerlo! ¿No lo entiende? Es un axioma que debe asimilar ipso facto si pretendemos evitar el desastre. -

El oficial tragó saliva mientras parecía analizar sus bazas. Finalmente pareció tomar una decisión y preguntó. – De acuerdo, ¿Qué propone entonces? –

- Escúcheme con atención. Hoy tomará la decisión más dura de toda su carrera; una que probablemente lamentará el resto de su vida, pero no tiene opción. La alternativa sería dejar que El Horror vagara libremente por La Tierra, destruyendo esta ficción de seguridad, llamada sociedad, que hemos construido para poder vivir cuerdos. Puedo asegurarle, sin miedo a equivocarme, que el Capitán Santana no andaba muy desencaminado. “Él” tiene hambre y nada podrá detenerlo hasta que se sacie. –

Emil Carter dividía su atención entre aquel apéndice luminiscente que emanaba de la Caja, los códigos regurgitados por las pantallas y las temibles palabras del profesor Turing. Su corazón palpitaba frenéticamente y su mente parecía procesar datos a toda velocidad, colocada de adrenalina. Un pensamiento destacó fugazmente sobre los demás. – No, no, no… Espere ¿No pretenderá? –

La sentencia del profesor desgarró las consciencias de los presentes, tan aterradora como la Maldad Primigenia que asomaba a nuestra dimensión. – Sacrificium. Una ofrenda a la deidad para aplacar su avidez y que vuelva a su santuario. –

- ¡Está loco! – Espetó Emil Carter. - ¿Pretende que entreguemos la vida de seres humanos inocentes a esa cosa? –

- ¡No sea usted necio! La vida no, sino el alma. Debemos entregar la esencia de diez millares de sujetos en un formato que el ente pueda usar para alimentarse. De esta forma, se mantendría en el ciberespacio, sin entrar en nuestro plano. Sólo así, ganaremos tiempo para volver a levantar las defensas de mi caja y, entonces quizás, encontrar la manera de hacerle regresar de donde quiera que venga. – El profesor apoyaba cada afirmación con aspavientos. Su excitación se hacía cada vez más evidente, en contraste con su parsimonia inicial.

- ¿Quiere que metamos el alma de ciudadanos estadounidenses en un chip y se lo entreguemos a un ser de otro mundo, mientras el resto corremos a refugiarnos a casa? – Todos los esquemas lógicos y morales de Emil Carter se rebelaban ante la mera idea. ¡Tenía que haber otra forma de acabar con eso!

- Si mi hipótesis es correcta, bastará con que marquemos el camino. Este departamento lleva años espiando a sus conciudadanos, quebrantando no solo las leyes sino también la confianza que éstos habían depositado en sus gobernantes. Por ende las monsergas éticas están fuera de lugar ¿No cree? Ustedes limítense a hacer la selección. Yo haré el resto. Y dense prisa, “Él” se impacienta. –

- ¿La selección? – Preguntó suspicaz el Mayor Andrew…

- No tienen por qué ser ciudadanos inocentes. Eso está en sus manos. Para algo sirve el Código de Alerta Centauro. Le sugiero que comience por los sujetos con nivel #8, marcados  en su base de datos como de amenaza terrorista y continúe bajando hasta los condenados por delitos de sangre, que creo recordar nivel #4. Estimo que con eso le bastará. Sus técnicos sabrán hacer la consulta. Yo tengo que preparar “el conducto”. – Y dicho esto, el profesor Turing se acercó a la silla donde dejara sus pertenencias y extrajo del interior de su sombrero un pequeño artefacto. Se trataba de un candil de aspecto vulgar y vetusto.

- Yo, imposible. No podemos… - Protestó el Mayor Andrew. El pánico brotaba de todos sus poros en forma de lágrimas carnales.

- ¡Asúmalo! Los sacrificios han sido utilizados por distintas civilizaciones desde los albores de la historia. Y, aunque muy pocos lo sepan, estoy en disposición de asegurarle que han sido muy efectivos. Pero no le pido que lo entienda o esté de acuerdo ¡Facilíteme los datos y salvaremos el país que usted ha jurado proteger! –

Turing dio la espalda al Mayor Andrew sin esperar réplica. Haciendo uso de un viejo mechero de gasolina, encendió el candil. Con reverencia, se acercó a la Caja para sentarse en el suelo a unos metros de ella.

- Ah, se me olvidaba. – Dijo. – Alguien tendrá que entrar ahí y depositar la dádiva. – Colocó el candil cerca de él, se desabrochó chaleco y camisa y comenzó a canturrear una rítmica letanía.

-Ph´nglui mglw´nafh Cthulhu R´lyeh wgah´nagl fhtagn… –

[…]

Me llamo Emil Carter. Soy Oficial del Cuerpo de Ingenieros del Ejército de los Estados Unidos. Dejo este documento codificado a modo de baliza con pocas esperanzas de que alguien lo encuentre, pero siento que debo hacerlo. El archivo adjunto es la grabación de la cámara de seguridad nº 5, que el ingeniero Mark Adams me facilitó a escondidas antes de la inmersión en la Caja. Creo que explican los hechos. No hicieron falta palabras para saber que estábamos todos de acuerdo. Me dispongo a perpetrar un acto abyecto. En pocos segundos el sacrificio estará hecho. No nos atrevemos a no hacerlo. Las consecuencias serían demasiado terribles. Mi alma está condenada por ello. La de todos nosotros está. Pero no iremos solos al infierno. Me siento incapaz de describir la aberración que estoy viendo dentro de la Caja. Es como si… Todas las pesadillas imaginables se concentraran en una. Me arrancaría los ojos si pudiera. Pero aun así estoy seguro de que podría sentirla. Tal es mi maldición. Y tal mi penitencia. Tan solo espero no equivocarme con lo que voy a hacer. No me fío del Profesor Turing. No sé justificarlo pero mi instinto me dice que estoy en lo cierto. Esa cosa que cantaba… Me removió las entrañas despertando un miedo primario, visceral.

Acabo de provocar una divergencia en mi código de respuesta pasiva. Es la señal. Mis compañeros destruirán ese maldito candil y después la Caja. Una buena explosión. Hemos incluido todos nuestros datos en el sacrificio… y los del profesor Turing. Nadie saldrá de aquí. También hemos introducido un virus en el paquete. Uno jodidamente cabrón. Lo mejor que tenemos. No sé si funcionará. Espero que sí. En todo caso, está hecho. Es el fin. Martha, te quiero. Lo siento mucho. Dios se apiade de todos nosotros.

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