viernes, 18 de octubre de 2013

El Pacto de las Viudas - Primera Parte

“¿Por qué me duele tanto la cabeza?”
Aun no había abierto los ojos y Caroline, en sus pensamientos, ya estaba quejándose. A medida que sus párpados se abrían, notó el color rojizo y anaranjado que lo cubría todo.

“¿Por qué hace tanto calor? ¿Y qué es ese ruido...?”

El ático estaba en llamas. El fuego cubría las paredes, cebándose en una carísima colección de lienzos abstractos. Incluso el propio vestido de Caroline comenzaba a ser pasto de las llamas. Intentó ponerse de pie, tosiendo a más no poder. Entonces notó que algo tiraba de ella desde el suelo. Miró a su muñeca y, en lugar de la pulsera de diamantes que siempre llevaba consigo topó con algo muy diferente. Eran unas esposas. Y al otro lado de ellas había un corpulento individuo tendido en el suelo, aparentemente sin sentido. Cubría su rostro con una máscara e iba enfundado en un esperpéntico traje de gomaespuma. Bajo la luz de las llamas Caroline reconoció el tema del disfraz: un payaso. Un payaso salido de una pesadilla.

Aturdida y confusa, Caroline miró a su alrededor. Aquel era el ático de Madison, no había duda de ello. Pero desde luego tenía mejor aspecto cuando lo visitó por primera vez. Recordó haber pensado que era lo más parecido al paraíso del diseño y el estilo. Ahora era un infierno de fuego y humo. Era increíble pensar lo mucho que podían cambiar las cosas en sólo tres días. Pero en aquellos tres días habían pasado tantas cosas...

SETENTA Y DOS HORAS ANTES.

- ¡Caroline! – Madison se levantó del sofá de diseño y corrió hasta ella haciendo repicar los tacones de sus Manolo´s sobre el mármol. – ¡Qué alegría que hayas podido venir al final!
- ¿Y perderme tu puesta de largo newyorquina? – Caroline respondió a Madison con esos mismos besos que no llegaban a tocar nunca las mejillas - ¡Ni muerta!
- Ese es el espíritu, cariño... – la tomó de la mano y casi la arrastró a través del inmenso salón – Ven, ¡déjame que te presente!
- ¡Menudo ático! – Caroline bajó la voz a modo de confidencia - ¿Quién es el afortunado al que has dejado que pague todo esto?
- Ahora mismo lo vas a conocer – Madison guiñó uno de sus ojos verdes y se aclaró la voz antes de proceder a la presentación oficial. – Caroline... éste es Hugh. Hugh... Caroline.
No aparentaba más de cuarenta y pocos. Levantó la vista tras unas elegantes gafas de Hugo Boss y clavó dos ojazos azules que hicieron sentir una punzada de envidia a Caroline. El arquitecto que había cazado la golfa de Madison no sólo era millonario... ¡además estaba como un tren!
- Encantado de conocerte por fin, Caroline... – tomó por la cintura a Madison – Maddie me ha hablado de ti...
- Oh, espero que no te haya contado... demasiado. – Caroline lanzó una exagerada mirada de complicidad a Madison.
- Bueno, os dejo solas. – Hugh la besó fugazmente en los labios y dedicó una cortés mirada a Caroline – Tengo dos reuniones que no pueden esperar...
- ¡No olvides que hemos quedado en Giordano´s a las siete y media! – Madison escuchó la puerta cerrándose y con un gesto de contrariedad buscó su móvil – Mejor le mando un mensaje. ¡Seguro que se le olvida...!
- Bueno, viendo lo bien que le sientan esos pantalones de Armani, creo que podré perdonarle que sea olvidadizo.
- ¡Oye! – Madison propinó una palmada en las piernas de Caroline a modo de reprimenda. - ¿Le estabas mirando el culo a mi novio?
- Ya sé, ya sé...
- “Se mira pero no se toca”.- dijeron ambas al unísono. Acto seguido, rieron recordando una vieja anécdota. Cuando las carcajadas cesaron, Madison dejó su copa de champagne de lado y miró inquisitivamente a su vieja amiga.
- Bueno... ¿y no tienes tú nada que contarme?
Caroline mojó los labios en el champagne y se acicaló el pelo, haciéndose la interesante.
- Desde que firmé el contrato con Cosméticos Dubois, Maddie, he tenido que ser muy discreta con respecto a mi vida privada... – miró para ambos lados como si los paparazzi pudieran estar escuchando – Pero entre tú y yo... puede que haya encontrado a...
Con un oportuno sentido del dramatismo, el timbre sonó dejando el chisme en su mejor momento.
- Seguro que es Suzanne... – dijo Madison poniéndose en pié y encaminándose a la puerta principal. Sus ojos, sin embargo, dedicaron a Caroline esa mirada tan suya de “quiero que luego me lo cuentes todo... con pelos y señales”.
Caroline escuchó los pasos de Madison perderse por el pasillo mientras su mirada hacía un recorrido a través de aquel inmenso salón. Los ventanales mostraban la envidiable vista que sólo un ático ubicado en la planta treinta del mejor barrio de Manhattan podía regalarte. Caroline sostuvo su copa y disfrutó en silencio de la vista. No puedo evitar sentir un poco de envidia, pues la suerte de Madison con los hombres parecía haber dado un salto cuántico. Le bastó recordar el historial de su vieja amiga en lo que a relaciones se trataba para que, de repente, Caroline se sintiese culpable. Madison había sufrido mucho en el pasado y se merecía ser feliz. Se merecía...
... ¿gritar?

Caroline escuchó el primer grito. Fue corto, como de sorpresa. Había dejado la copa sobre la mesa y corría por el pasillo cuando escuchó los que siguieron al primero. Encontró a Madison junto a la puerta principal, sentada en el suelo y gritando fuera de sí. Se abrazó a ella histérica. No dejaba de gritar, presa del pánico. En el suelo alguien había dejado una rata muerta con un puñal clavado en su panza, con una nota atravesada. En ella, Caroline sólo pudo reconocer un extraño emblema.
- Las viudas... – la voz de Madison era un hilo de voz, quebrado por el miedo y el llanto – Las viudas me han encontrado.

4 comentarios:

  1. Por los privilegios que me han sido otorgados (al haber leído alguna parte más jeje) se ruega una segunda parte (y me refiero a otras 4 partes) del Pacto de las Viudas!!!!!!!! :D jejeje

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    1. Pues si la quieres empezar tu, por nosotros perfecto, ya sabes ;)

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  2. Preacher, un capitulo estupendo, me ha gustado mucho ;)

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    1. Muchas gracias. :) Espero que te guste como sigue, que no tiene desperdicio.

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