viernes, 1 de febrero de 2013

Lian contra los Dioses - Tercera Parte


Lian el Viejo iba a pagar muy caro su desafío ante las leyes de los Dioses así como su osadía a la hora de adentrarse en la Zona Prohibida. Pero Lian el Viejo aun tenía que cometer peores sacrilegios si cabe.

Porque mientras Lian el Viejo yacía boca arriba, tendido en la arena, riendo y llorando mientras el conocimiento revelado por Saraswati retumbaba aún en su mente; a muchas lunas de allí, más allá de los límites de la Zona Prohibida que el incansable erudito había osado sortear, los lugareños de la región pronto se dieron cuenta de su ausencia.

Aquella misma mañana, un grupo de jornaleros acudieron en busca de Lian para ver si el viejo sabio podía reparar aquel ingenioso dispositivo con el que habían desviado el curso del río para regar los cultivos. Pensaron que quizá el inquieto Lian había partido de viaje a una región cercana, posiblemente a alguna feria rural en la que poder compartir e intercambiar impresiones con viajeros procedentes de los siete reinos. Lo mismo sucedió con las hilanderas, que acudieron a ver si el viejo Lian podía reparar aquel rocambolesco ingenio con el que las jóvenes se habían acostumbrado ya a coser. Tras ellas estaba el maestro orfebre, quien había encargado a Lian unas nuevas lentes con las que poder trabajar las piezas de plata de las familias nobles. No fue hasta que los pupilos de su escuela de escritura decidieron ignorar todas las advertencias y echar un vistazo al interior de la torre, cuando por fin quedó claro que el viejo Lian se había marchado.

Ni una nota, ni un mensaje. Nada. El propio magistrado, escoltado por un puñado de sus mejores hombres, puso patas arriba el caótico cubil de Lian, tratando con cuidado de no activar ninguno de los cientos de dispositivos a medio construir que plagaban cada rincón de la torre. Varias semanas de intensa búsqueda por los bosques y alrededores no dieron fruto alguno. Una vez se confirmó la extraña desaparición del Viejo Lian, casi tres meses después, la alarma llegó a las más altas instancias del lugar. Y aquella fue la primera vez en mucho tiempo que el cónclave de las Siete Familias se reunió fuera de las fechas sagradas.

Las leyes de los Dioses son claras. Siete Dioses ha habido siempre. Siete Grandes Oficios. Y Siete Grandes Estirpes que, de padres a hijos y de hijos a nietos han transmitido los secretos de cada uno de los siete dones revelados a los hombres por los siete Dioses. Y para asegurar que las leyes se cumplen, se ha creado el Cónclave de las Siete Familias.

El juez – en este caso, jueza – Anura se encontraba de pié mientras representantes locales de cada una de las familias gremiales la miraban desde sus asientos. La propia Anura había sido la representante del Gremio Herrero hasta que las oráculos la seleccionaron al morir el anterior juez, el Gran Monsanrro, del Gremio Agrícola. Anura escuchó con atención las preocupaciones de sus iguales ante los Dioses. A ojos de la implacable jueza, todos ellos habían llegado a depender demasiado de ese viejo chiflado. Sabía bien que entre ellos había otros que también veían con malos ojos esa licencia que se había concedido de forma “extraordinaria” al viejo Lian.

- Os lo advertí – la voz de Anura resonaba en la cámara de reuniones, a muchos metros por debajo de la capilla exterior del Templo de los Siete - ¡Os advertí que no debía permitirse que un solo hombre conociese demasiado de cada uno de los siete oficios!

Por supuesto no tardaron en aparecer los argumentos que gente como Malakhiades, del Gremio Cocina, esgrimían cada vez que surgía el debate en torno al excéntrico y anciano inventor – Jueza Anura, con la benevolencia de los Dioses y la suya propia… debo recordaros que gracias a eso, el Viejo Lian nos ha colmado de artefactos que han hecho más llevadera muchas de nuestras labores…

-  Es cierto – se aventuró a proclamar la más joven de los allí presentes, Lyra, representante del Gremio Sanador. – Probablemente se trate de uno de los viajes que realiza el viejo Lian de tanto en cuanto.
 O puede que haya sido “captado” por nuestros vecinos del sur. – el tono irónico y burlesco del anciano Grävem era adecuado para el Gremio Mercader: él mejor que nadie sabía que las regiones vecinas habían comenzado a notar los beneficios que los artefactos creados por Lian habían tenido sobre las cosechas, productos y, en general, cualquier cosa que exportasen desde allí.
-  O puede que haya ido a la Zona Prohibida.

La voz de Anura dejó en silencio a todos los demás. El temor supersticioso de cualquiera de los lugareños no era nada en comparación con quienes conocían parte de la historia secreta de más allá de los límites. La curiosidad del viejo Lian era bien conocida por todos. ¿Y si Anura tenía razón? ¡No podía negarse que algunos de los allí presentes, amigos personales del propio Lian, le habían escuchado hacer preguntas sobre dicho lugar! Por supuesto, nunca las vio contestadas. Si cualquiera descubría los secretos de los Dioses, podría ser terrible. Si, para colmo, ese alguien era Lian…

Antes de que sus pensamientos pudieran crear un escenario mental reflejando tal posibilidad, todos sintieron el retumbar de la cámara, acompañado del sonido de un trueno lejano. Hilos de piedra y arenisca llovieron sobre los presentes y las antorchas que iluminaban la estancia parpadearon, como si hubiesen sido igualmente sorprendidas por la sacudida.

- Por los Siete Dioses… - la blasfemia estaba justificada y Anura se incorporo, colocándose de nuevo la tiara de delicado marfil negro, símbolo al igual que la túnica oscura de su papel como Jueza. - ¿Qué ha sido eso…?

El sonido de pisadas apresuradas se dejó escuchar en las escaleras que bajaban hasta la cámara. Un grupo de guardias se postraron a los pies de Anura, mientras dos nuevas sacudidas hacían tambalearse incluso las pesadas sillas donde se sentaban los representantes de los Gremios. – Mi señora… - sólo uno de los guardias osó responder: el resto permaneció de rodillas, con la mirada baja – Es… Es…

El joven miembro de la guardia no llegaría a terminar la frase ni a ver el próximo amanecer: una gigantesca roca, esculpida como el rostro de uno de los siete dioses, se precipitó contra el suelo, aplastándolo, cuando una cuarta explosión en el exterior sacudió de nuevo la cámara. En tropel, los nobles abandonaron precipitadamente la cámara, luchando por subir al exterior llegando a extremos poco decorosos. Para cuando vieron la luz del sol, contemplaron el paisaje de la región, tan extenso y majestuoso como sólo podía contemplarse desde lo alto del monte donde se había levantado el Templo. Columnas de humo se alzaban en el horizonte, marcando puntualmente los distintos emplazamientos donde se ubicaban las casonas y mansiones de cada una de las siete familias.

En la distancia, entre el humo y las llamas, podían verse la silueta de gigantescas figuras. De metros y metros de alto, colosales como titanes. El corazón de todos los allí presentes se encogió de temor. Los guardias apretaron sus manos en torno a sus lanzas y arcos, como si eso las dotase de un poder mayor. El rugido mecánico de los engranajes se dejaba sentir incluso a kilómetros de distancia, resonando como un eco de venganza largo tiempo macerada. El escriba personal de la Jueza Anura, un joven de cabeza afeitada y hábito monacal, murmuró una plegaria atemorizado.

- Guarda tu temor, escriba – la tajante voz de Anura interrumpió la oración que algunos guardias habían empezado a entonar junto al joven monje – No son los Dioses quienes han desatado su ira.

Y decía esto último Anura al tiempo que sus pies ponían rumbo a su carruaje. Los demás miembros del consejo la miraron con recelo y con una sombra de inquietud en sus ojos. El propio Grävem fue quien, quizá amparado en su senectud, osó plantear sus dudas.

- Pero, Jueza Anura… ¿Estáis segura…?
- Sabíais tan bien como yo que éste día llegaría. Sabíais que llegaría alguien como él, como el viejo Lian… Y sabéis exactamente lo que debemos hacer ahora. – Anura estaba a punto de desaparecer en el interior de su carruaje. Dedicó una última mirada a sus atemorizados compañeros nobles. – Es hora de despertar a los Dioses.

(continuará)

No hay comentarios:

Publicar un comentario