viernes, 3 de agosto de 2012

JUSTICIA - Capítulo Segundo


Fueron los gritos de aquel hombre los que me despertaron. Cuando traté de abrir los ojos y éstos se toparon con la venda que los tapaba, mi primer pensamiento consiguió arrancarme un grito de desesperación.

“Me han cogido” – pensaba – “Allah me proteja... me han encontrado y me han cogido”.

Con sorpresa, descubrí que mis manos no se encontraban atadas. Al menos, no ahora: quitándome la venda de los ojos, pude ver que mis muñecas tenían las marcas de unas presillas. Miré para todos lados, tratando de reconocer la estancia en la que me encontraba encerrado. Un zulo de apenas siete por cuatro por dos y medio. Paredes húmedas, a medio labrar en piedra viva. Y una puerta metálica con una pequeña rendija. Mi corazón latía con fuerza y nervios. Mientras en alguna parte, un hombre seguía gritando de dolor.

- Allah es grande. No hay más dios que Allah... – murmuré mientras daba vueltas en mi celda. Llevé mis dedos temblorosos a los labios mientras me disponía a ponerme de rodillas. Era imposible determinar donde estaba... así que cualquier rincón valía. Allah encontraría mis plegarias. Allah no abandonaría a un fiel creyente como yo.

Capté alguna palabra de clemencia entre los gritos de aquel hombre. Inglés, parecía. Aquello resultaba extraño, teniendo en cuenta que los americanos y británicos siempre han sido aliados de esos cerdos israelíes. Porque estaba seguro de que ellos se encontraban tras aquello.
Pensaba que tendría tiempo de rezar hasta que al menos hubieran terminado de torturar a aquel pobre desgraciado. Pero sus gritos aun resonaban afuera cuando se abrió la puerta metálica. Ocurrió tan de repente que apenas si tuve tiempo de intentar levantarme y darme la vuelta. Al menos dos hombres irrumpieron y me tomaron con fuerza, pegándome contra la pared. Notaba la desesperación crecer en mi interior y reconozco con tristeza que me dejé llevar por el pánico.

- ¡No me hagan daño, por favor! – los dos encapuchados llevaban ropas negras como sus pasamontañas. Tenían una constitución fuerte y joven. Un viejo palestino de casi sesenta años como yo no era rival para ellos. - ¡No soy quien piensan! ¡Se equivocan de persona!

Era una mentira inútil. Si eran israelíes no querrían repetir la metedura de pata del camarero marroquí a quien mataron en Noruega. Si algo había que reconocer a los putos israelíes era que no cometían dos veces el mismo error.

- Por favor, no...

- Ab Sawari. – era la voz de un anciano, procedente de la puerta. Los dos fornidos encapuchados me retenían con la fuerza suficiente como para impedirme que girase la cabeza. – Te llamas Ben Ab Sawari, ¿verdad?

- No, señor. No sé de quien... – mi voz se tornó en grito cuando uno de los encapuchados hundió sus dedos en mi hombro. Casi escuché el crujir del hueso.

- Cuarenta años... – la voz del anciano resonaba con la paciencia de quien ha terminado una colección de cromos. El dolor de mi hombro era tan intenso que apenas si podía tratar de reconocerle sólo por la voz. – Cuarenta años desde la última vez que nos vimos...

A esas alturas supe que mi destino estaba en las manos de Allah. El anciano tenía razón: mucho había conseguido escapar del que siempre supe que acabaría siendo mi final.

- No, claro que no me recuerdas... – escuché como el anciano arañaba las paredes de la habitación con algo metálico. – Pero yo no he podido olvidarte.

Aquellos dos hombres seguían reteniéndome pero conseguí ver como aquel objeto que rechinaba contra la pared era la hoja de una espada. Muy fina y terminada en punta. Un viejo florete de esgrima.

- No he vuelto a coger uno de estos en cuarenta años... – el anciano seguía recitando un texto que parecía haber memorizado en todo ese tiempo- Tu y los tuyos le quitasteis la vida a muchos de los nuestros. Pero a otros... nos quitasteis algo igual de precioso.

Esperaba que la hoja siguiera su curso y que acabara en mi cuello. Pero entonces fue cuando uno de los dos hombres me sostuvo mientras el otro descargó un fuerte y certero golpe en mi brazo bueno. Los huesos crujieron y sentí como Allah me abandonaba al tiempo que lo hacían las fuerzas. Lloraba de puro e intenso dolor cuando, tras una pausa, el anciano dio una orden a los encapuchados.

-         Dejadlo.

Sentí como aquellos dos hombres me soltaron y mis viejos huesos y la gravedad me dejaron de nuevo en el suelo. Notaba como mi garganta trataba de recuperar el oxígeno perdido. Con los ojos llorosos, pude ver como algo caía al suelo. Resonó con el mismo sonido metálico que antes había arañado las paredes.
Una espada.

- Vamos, cógela. – dijo el anciano.

Alcé la vista, viendo al contraluz de la bombilla desnuda la silueta de aquel anciano, embutido en un traje acolchado blanco. Antes de poder reconocer su rostro, se colocó una máscara de rejilla y en su mano derecha centelleaba el viejo florete.

- Y no te preocupes por ellos... – mencionó mirando a los fornidos enmascarados. – No nos interrumpirán. Fue la condición que le puse al Organizador. Y el Organizador es un hombre de palabra.

Miré con ojos inquietos la espada que yacía en el suelo. Había pasado tanto tiempo desde mi entrenamiento en los campos la Franja de Gaza que ya casi no recordaba cómo se disparaba una pistola. Darme aquella espada, con mi único brazo bueno destrozado, era ya una broma cruel. Tenía la misma oportunidad de salir con vida de allí que si me hubieran dado un mondadientes.

- Cer... cerdos israelíes... – y conseguí acompañar eso escupiendo con fuerza.

- Creeme, Sawari. Si fuese el Mossad quien te ha traído aquí no tendrías derecho a defenderte... – susurró con rencor el anciano. – Pero como dice el Organizador... ¿qué justicia habría en tu castigo?

En la mano de aquel anciano, el florete trazó varios surcos en el aire. Casi pude ver cómo sonreía pleno de satisfacción bajo su máscara. 

-         En guardia.

Y antes de darme tiempo siquiera a decir el nombre de Allah, la muerte lanzó su primera estocada.

***

Ceremonia de Apertura de los Juegos Olímpicos. Munich 1972
THE MORNING STAR:
STEPHEN REDGRAVE: “No permitiremos un segundo Munich”.
LONDRES, jueves 26 de Julio de 2012, 14:08.—


A primera hora de esta mañana, la comitiva de seguridad para los Juegos Olímpicos de Londres 2012 recibió a la comitiva de los siete supervivientes de la tragedia de Munich, en 1972. Los siete hombres, todos miembros del equipo olímpico israelí, fueron atacados y retenidos en las instalaciones de la ciudad olímpica por miembros de un comando palestino conocido como “Septiembre Negro”. La crisis de rehenes iniciada el 5 de Septiembre de 1972 se saldó con la muerte de once atletas israelíes, cinco palestinos y un agente de policía alemán, tras un intento de rescate que desembocó en un tiroteo.

La comitiva de supervivientes, que habían regresado a Munich para el rodaje de un documental para conmemorar el cuadragésimo aniversario de la tragedia; fueron recibidos en Londres como héroes en una ceremonia cargada de emociones. Aunque algunos siguieron con sus carreras deportivas, muchos como Alan Davalos, ex esgrimista, se retiraron inmediatamente después de los ataques a sus compañeros.

“Ha sido una mezcla de emociones... (...) sólo hay alguien a quien culpar, a los terroristas desafortunadamente” dijo Davalos a los periodistas. “Aunque espero que un día termine el terror en el mundo, no puedo olvidar los sucesos vividos.”

Alan Davalos y cuatro miembros de su equipo se hicieron fuertes en una de las habitaciones cuando los miembros del comando “Septiembre Negro” entraron en las dependencias olímpicas, el cinco de septiembre de 1972. “No sabíamos cuantos terroristas había, qué armas tenían ni a cuantos de nuestros compañeros retenían como rehenes”. En una intrincada fuga, Davalos y un puñado de sus compañeros lograron escabullirse. Sin embargo, en su huida, Davalos señala que uno de los terroristas les vio, aunque no disparo contra ellos. Paradójicamente, ese mismo terrorista fue identificado como Ben Ab Sawari, el único miembro del comando que aun hoy sigue en paradero desconocido. Fue identificado en los videos por su chaqueta a rayas, y herido en la muñeca durante el altercado.

En 1999, Ben Ab Sawari surgió de su escondite secreto en África para aparecer en el filme One Day in September, durante el cual estaba disfrazado y su rostro mostrado en una sombra borrosa. Fue la primera vez desde 1972 que uno de los participantes de la masacre de Munich hablaba públicamente del tema. Durante la entrevista, explicó: “Estoy orgulloso de lo que hice en Munich porque ayudó enormemente a la causa palestina... antes de Munich, el mundo no tenía idea de nuestra lucha, pero en ese día, el nombre de Palestina se repitió en todo el mundo.”

Cuando se acerca el cuadragésimo aniversario del ataque, las autoridades al cargo de la seguridad de los Juegos Londres 2012 han sido tajantes al respecto. “No permitiremos un segundo Munich” advirtió el comisario jefe de Scotland Yard, Stephen Redgrave.

Por otra parte, el documental no sólo se centra en el atentado mortal, sino también en el destino de los supervivientes, incluyendo a aquellos que volvieron a Munich.

"Cuando Bio Channel decidió hacer este documental, estaba muy, muy emocionado. Al menos ahora, después de tantos años, podemos volver juntos y decirle al mundo todo lo que sabemos", dijo Davalos.
El documental se emitirá en The Biography Channel el 7 de septiembre.

N.A.: Esta es una historia ficticia basada en hechos reales ocurridos durante las olimpiadas de Munich de 1972 y descritos en el artículo periodístico, imaginario también. Los nombres utilizados han sido cambiados para no perjudicar a nadie.

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