viernes, 20 de julio de 2012

El Fiero Paso del Dragón - Conclusión

El obsequio que Darrell les había dejado en el barco para la sacerdotisa y la ayuda del joven capitán lunar les permitió conseguir la audiencia con Nauhel antes de lo previsto.
Raudo, liderando la comitiva, fue el primero en atravesar las majestosas puertas hechas de madera y oro del templo. El adinerado comerciante vestía un jubón adornado con piedras preciosas y pantalones de cuero todo cubierto por una capa de seda con bordados de oro. Tras él, cuatro acólitos cedidos por el culto tiraban del arcón donde yacía el inerte Awender. Tae que cerraba la reducida comitiva, había elegido para presentarse a la sacerdotisa su mejor armadura y sus más llamativos anillos y collares.
La sala en la que entraron era circular, con grandes ventanales en la zona superior. Colgando de las paredes decenas de telares bordados con la historia del culto. Alguien docto en historia podría discernir el momento en que Njördr, dios del mar, desterraba a Sirina, titán del Rio Cielo; O como el héroe Daiphos, el gigante, uno de los fundadores del culto, aplacaba las iras de Sirina en uno de sus intentos por huir de su cautiverio. En el fondo de la sala se levantaba una gigantesca fuente y justo detrás, el templo se abría al exterior. Una impresionante vista del lago se podía ver desde la balconada a decenas de metros sobre este. Sobre una escalinata, justo delante de la fuente, les esperaba Nauhel. Tae y Raudo eran personas de una gran imaginación sobre todo cuando se trataba de pensar en bellas mujeres, pero la imagen que vieron ante ellos sobrepasaba cualquier expectativa.
La sacerdotisa era una chica joven, con una espectacular y larga melena blanca. El pelo, sujetado por una diadema de plata se elevaba por encima de la cabeza para luego caer como una cascada de nieve hasta casi rozar el suelo. Nauhel vestía únicamente una túnica dorada adornada con bordados y piedras preciosas que Raudo y Tae reconocieron enseguida.

- Bien hallados visitantes, esta humilde servidora os da la bienvenida a este templo de paz-. La voz de Nauhel era suave y refrescante como el agua de un rio. -¿Quiénes nos honran con su visita?.-

Raudo, totalmente embelesado por la belleza de la sacerdotisa, por una vez, se quedó sin palabras. Fue, Tae, entonces quien se adelantó.

- Mi señora, …, mi nombre es Septis-Khal, venimos desde las lejanas tierras de, ejem, Pent. Nuestra reina… ehhh, Ain-Thal-Shal, una fiel seguidora del su culto, mmmm…, nos ha encargado la misión de pedirle que consagre el cuerpo de su prometido-. A pesar de que lo habían ensayado mil veces durante el viaje, a Tae no se le daba tan bien contar mentiras como a Raudo.

Nauhel examinó con la mirada a los dos visitantes. Tae y Raudo notaron como si unos invisibles brazos les acariciaran el cuerpo. Ambos sentían un gran dolor en su alma por el asesinato que estaban a punto de cometer y luchaban  con toda su fuerzas para no echarse atrás.
Entonces, la sacerdotisa se acercó a la fuente y llenó un cuenco de barro con su agua. Acto seguido se acercó al arcón donde Awender yacía inerte.
La fama que se había forjado Awender como asesino no era gratuita. A su habilidad con la espada había que añadir otras cualidades que no eran fáciles de adquirir para un Peroliano. Hace muchos años Awender viajó a las tierras orientales de Genertela donde aprendió el Lao-Tsu, la maestría del sigilo. Se contaba que los maestros en este arte, entre otras muchas habilidades, podían ralentizar la respiración y hasta parecer muerto ante cualquier ojo experto e incluso ante la magia.
La sacerdotisa se acercó al arcón.

- Njördr, dios del mar. Frey, dios de la lluvia, vuestra fiel sierva os suplica. Limpiar este alma de cualquier mal que haya podido hacer para que pueda emprender el viaje al plano espiritual y pueda reposar en paz por el resto de los días.-

Cuando Nauhel se inclinó sobre el arcón. Awender abrió los ojos. Con un rápido movimiento de la daga que tenía escondido bajo la mortaja se liberó de su atadura y con la mano izquierda agarró a la sacerdotisa. Los ojos de la chica rebosaban terror.
Entonces, Awender se dio cuenta del colgante que adornaba el bello cuello de la sacerdotisa. El colgante, adornado con una amatista, tenía tallado un símbolo; un símbolo de protección. Lo reconoció al instante. Él tenía uno igual en un anillo. Anillo que le había regalado Darrell, Awender ató cabos enseguida, el verdadero Darrell.

- ¡Nos han engañado!, ¡es una trampa!- se dirigió a sus compañeros.
Los cuatros acólitos que habían transportado el arcón se liberaron de sus capuchas dejando a luz sus desfigurados rostros, mitad humanos, mitad demonios.
- ¡Mil demonios!- gritó Tae. – ¡¿¿Y estos quienes diablos son??!-.

Dos de los guerreros desfigurados atacaron a Tae blandiendo espadas. El primero asestó un fuerte golpe sobre la armadura de Tae, tan fuerte que la espada se quedó enganchada en la armadura. El atacante nunca supo si Tae lo hizo aposta ya que este aprovecho que estaba indefenso para asestarle un cabezazo mortal en la cabeza. El golpe del siguiente guerrero lo esquivó fácilmente mientras liberaba la espada de su armadura. Saliéndole un hilillo de sangre de la armadura Tae golpeo con furia el cuerpo del segundo “acolito” que nada puedo hacer para detener la estocada de Tae, cayendo muerto.

- ¡Malditas ratas de mar!, ¡no sé quienes sois, pero os vais arrepentir de haber venido!-.
Mientras, Raudo corría intentando evitar las estocadas de sus dos atacantes.
- ¿Y a vosotros quien os ha invitado a esta ceremonia?.- Hablar le permitía luchar contra el miedo que sentía cuando veía las espadas afiladas acercarse a su cuerpo.

Consiguió parapetarse tras un enorme pedestal de metal que servía de soporte a una de las decenas de fogatas que iluminaban el templo. Tras evitar varias estocadas y usando todo su peso Raudo consiguió tirar el pedestal sobre uno de sus atacantes que quedó aplastado. Por desgracia el segundo “acolito” tenía vía libre para atacarle.

- ¿Cuánto te han pagado por matarnos?. ¡Te lo duplico!, ¡te lo triplico!-.

Raudo esquivaba una y otra vez las estocadas rodando por el suelo hasta que quedo atrapado contra una de las paredes. Mientras su atacante se acercaba lentamente, Raudo miró al cielo, rogando a Eulmar, el embaucador, que le ayudara. Entonces vio que justo encima, a su alcance se encontraba uno de los grandes tapices que adornaban el templo. Pegó un salto y lo arrancó de sus sujeciones. El tapiz calló encima de su atacante quedando totalmente ciego a merced de Raudo. Este, de un fuerte empujón lo derribó quitándole además su arma que utilizó para golpearle mortalmente.
Awender, mientras, mantenía agarrada a una asustada Nauhel. De pronto, las piedras preciosas que adornaban su vestido empezaron a brillar, aparecieron runas que antes eran invisibles a la vista y la chica comenzó a gritar. Awender la soltó y la bella sacerdotisa cayó al suelo de rodillas, agarrándose la cabeza.

- ¡Noooooo!, ¡sal de mi cabeza, bruja!- Nauhel, gritaba.

Entonces, el símbolo que colgaba de su cuello también comenzó a brillar  de un intenso color azul.
Awender observaba impotente como las dos fuerzas mágicas luchaban, mientras la chica se retorcía de dolor.

- ¡Maldita sea!, ¿Qué le pasa?.- Raudo se acercó a Awender.
- No lo sé, creo que Sirina intenta poseer a la sacerdotisa pero un conjuro de protección de Darrell se lo está impidiendo.-
- ¡Mil millones de truenos!, ¡ni yo consigo que mis enemigos griten así de dolor!, ¿Qué hacemos?.- Tae, miraba a sus compañeros. Los planes no eran su fuerte.

Un aura dorada y brillante rodeaba parte de la sacerdotisa e intentaba ganar terreno sobre el conjuro que la protegía. El conjuro de Darrell estaba perdiendo la batalla.
Awender miró a la sacerdotisa y miró su mano. Ahí estaba el anillo que Darrell le había regalado hacía ya mucho tiempo. Se lo quitó y con una palabra invocó al espíritu que yacía en su interior. El anillo empezó a brillar y lo dejó en el suelo, cerca de la sacerdotisa. Tae y Raudo se miraron e hicieron lo mismo con sus respectivos amuletos. El poder combinado de los cuatro amuletos fue suficiente para derrotar la magia se Sirina. Cuando el combate mágico acabó los anillos se tornaron a negro, al igual que las piedras preciosas del vestido. La sacerdotisa yacía inerte pero viva.
La irrupción de la guardia en la sala sorprendió a los tres amigos. Su única salida era la balconada y cien metros de caída libre sobre el lago.

- Podríamos explicarle que todo ha sido un malentendido y que hemos impedido que Sirina usurpara el cuerpo de su sacerdotisa.- ironizaba Raudo, medio en broma, medio en serio.
- Creo que sería más fácil convencer a un dragón que te dejara montar sobre su lomo-. Contestó Tae.
- Bueno, no sería la primera vez-. La media sonrisa de Raudo desconcertó a Tae.

Awender se subió a la barandilla de piedra. Los guardias corrían hacia ellos.

- Yo no me puedo permitir que nos cojan. Los niños que protejo dependen de ello. Nos vemos abajo-. Fueron las últimas palabras de Awender antes de saltar.

Raudo y Tae se miraron.  Y Raudo sonrió.

- ¡El último que llegue abajo tiene que hacer reir a Awender!. – gritó Raudo mientras se tiraba al vacío.
- ¡Eres un tramposo Raudo!.- Y el último de los compañeros saltó al lago.

….

Era de noche. Tras varias semanas lloviendo sin parar la lluvia, al fin, daba un respiro. Awender, Tae y Raudo secaban sus ropas alrededor de una hoguera.

- Bueno, al final, no ha salido tan mal la cosa. Evitamos que Sirina se liberara de su cautiverio y no tuvimos que matar a la sacerdotisa. Hubiera sido una pena. Me gustaba. . – Raudo hablaba para mantenerse caliente.
- ¡A ti te gustan todas bribón!- Tae le dio una palmada en la espalda con la que casi lo tira contra el fuego
- Además, los papeles que preparé mantendrán nuestras verdaderas identidades a salvo.-

Awender miraba el fuego sin pestañear.

- Vamos Awender, era imposible que supiéramos que el Darrell de la posada era un impostor.
- No es eso lo que me preocupa Raudo. Si el hombre de la posada era un impostor. ¿Dónde está el verdadero Darrell?.

Los tres amigos se miraron, y esta vez nadie habló.

No hay comentarios:

Publicar un comentario