viernes, 29 de junio de 2012

El Fiero Paso del Dragón - Primera Parte



Pese al repentino chaparrón, dentro de la taberna el ambiente era cálido, acogedor y lo más importante, estaba seco. Los encharcados caminos se habían vaciado de golpe y la taberna, que servía de refugio, estaba a reventar. Había un ambiente casi festivo en su interior, más que una faena, parecía que la repentina lluvia era una bendición de los Dioses.

Gentes de toda Glorantha y toda condición comían, bebían, reían y charlaban animadamente mientras secaban las ropas que el inesperado aguacero les había calado. El Paso del Dragón era paso obligado de comerciantes y caravanas que iban y venían del Imperio Lunar. Un lugar de encuentros, negocios, acuerdos y alianzas. Un continuo intercambio de mercancías y también de culturas. Una región enriquecida gracias al comercio y, precisamente por ello, una zona también peligrosa.

Eran muchas las bandas de cuatreros que, atraídos por la riqueza que las caravanas y mercados generaban, subsistían como viles canallas, atracando y asaltando a viajeros y comerciantes.

Podía distinguirse entre la concurrencia de la taberna de esa noche a ricos comerciantes, dueños de enormes caravanas venidas del sur, extravagantes Lunares, buscando un buen negocio, aventureros, en busca de fortuna, campesinos y agricultores, que venían a intentar vender su exigua mercancía. Y también podía verse hoy, en una mesa al fondo de la estancia junto a la chimenea, tres peculiares figuras hablando en un tono apenas audible.

El grupo de jóvenes aventureros, ya algo borrachos, comenzaron a corear una canción muy conocida por estos lares, mientras el resto les jaleaban. Los tres hombres que se encontraban junto a la chimenea giraron sus cabezas y callaron un instante para oírla

En el Fiero Paso del Dragón
No tienes a la suerte
Si temes a la Muerte
En el Fiero Paso del Dragón
No desoigas lo que digo en mi canción [...]

La canción era una vieja tonada que hablaba de cuatro héroes que, según se cuenta, lucharon mucho tiempo atrás contra el Caos encarnado en un blasfemo dios conocido como Mohander. Cuando los aventureros terminaron de desgañitarse y echaron mano a sus cervezas, los tres hombres volvieron a su pequeño coloquio

-        Hacía tanto tiempo que no la escuchaba… - Dijo el que parecía más joven de ellos mirando a los otros dos con cara de pícaro. Aparentaba unos cuarenta años y vestía ropas coloridas, muy pomposas. Su incipiente barriga hacía ver que no tenía preocupaciones y que disfrutaba de una buena vida – Buenos tiempos, ¿eh?

-        Sí, ¡Grandes tiempos! Aventuras, correrías, hachas bien afiladas y chicas en cada puerto – Fornido e impresionante, el hombre que tomaba la palabra hablaba con marcado acento costero. Tenía la cabeza completamente afeitada y estaba lleno de cicatrices y tatuajes. No obstante sus ropas y sus enormes collares de ricos brillantes decían de él que se trataba de un hombre de dinero -  Pero ¡Por los Dioses que no me puedo quejar! ¡Muy bien me van bien las cosas! Tranquilidad, dinero, exoticas mujeres... ¡Eh, tú!, estás muy callado – dijo mirando al tercer hombre – No has terminado de contar que haces exactamente

-       Recojo a niños abandonados y de la calle en mi escuela - El tercer hombre tenía un semblante serio y vestía con ropas elegantes pero poco llamativas, negras, cómodas, sin adornos. Pese a la edad, de los tres era el que sin duda estaba en mejor forma – les enseño, les formo, les doy un oficio y una oportunidad de sobrevivir en este mundo.

-        Sí, he oído hablar de esa escuela tuya – Intervino el que tenía cara de pícaro – Dicen que de allí salen los mejores asesinos que puedas comprar de toda Generthela

-       No. No son asesinos, son hombres de honor, otra cosa lo que cada uno les mande que hagan cuando les contrata – Apuntilló secamente el hombre que vestía de negro – Y no. Tampoco se compran, son hombres libres. Al acabar su entrenamiento ellos deciden si se quedan en la escuela aceptando trabajos que me solicitan o si prefieren vivir su vida de otra manera… Son libres y cultos, dudo mucho que sepáis leer o contar mejor que ellos.

-       ¡De eso no estaría yo tan seguro, Awender! – Dijo el calvo con una gran sonrisa – Dónde me ves soy el nuevo Señor de la Costa. Todos los piratas y bucaneros me pagan para poder salir a la mar. Y recibo un diezmo de sus ganancias. Así que contar, te puedo asegurar que pocos mejor que yo saben, ¡Ja ja ja!

-       Quién lo iba a pensar del viejo Tae ¡Pero si se ha convertido en todo un hombre de negocios! – Terció el pícaro en tono de sorna - ¿Qué será lo siguente?

-       No sé, lo pones difícil, Raudo – Awender no pudo contener una sonrisa en su contestación - ¿Un ladrón profesional, un embaucador, un mentiroso, un bribón cómo tu siendo consejero en la corte?
-       ¡Ja ja ja! - Rió ruidosamente Tae - ¡Touché!

-  Bueno, chicos – Comenzó a decir Raudo – Ha sido genial veros, pero creo que ya nos podemos ir. Ya os dije que se trataba de una broma. No va a venir.

En ese mismo instante la puerta de la posada se abrió de par en par. Una ráfaga de viento apagó el fuego de la chimenea. Lo mismo le sucedió a la concurrencia, que enmudeció al ver quién era el que entraba en la taberna. Envuelto en una impresionante túnica negra, el mago comenzó a aproximarse a los viejos héroes. Casi todos en la posada le conocían, se trataba de Darrell, el gran archimago.

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