jueves, 10 de mayo de 2012

Las Aventuras de los Goonboys - La Última Aventura - Tercera Parte


- Paula, Luís, cuánto tiempo... Gracias por venir - Dijo Gregorio lentamente, sin saber muy bien por dónde empezar.

Paula y Luís, recién llegados de la ciudad y con más recelo que simpatía, se miraban de forma cómplice. Llevaban casados cinco años, aunque sus vidas habían estado entrelazadas desde antes de lo que su memoria podía alcanzar, por lo que eran capaces de reconocer los pensamientos del otro con apenas una fugaz mirada.

- Mucho tiempo, sí - repuso Paula con tono impaciente. - ¿Qué pasa Gregorio? ¿A qué viene esta premura? Teníamos pensado pasar el fin de semana en casa de los padres de Luís, pero nos llamó María al borde de los nervios, sin explicarnos nada pero rogándonos venir a toda prisa. Hemos tenido que dejar a la niña con los abuelos. ¿Qué es eso tan urgente que necesita nuestra presencia inmediata?

- Lo sé, lo siento, pero parece que es algo realmente grave - Continuó María, mientras sacaba la foto del bolso y se la mostraba a su hermana y su cuñado. - Se trata de Marcos. Esta mañana encontré esta fotografía en la puerta de casa. Como podéis ver, aparece la fecha, es de hoy mismo. No sabía quien la podía haber dejado ahí, ni con qué motivo, hasta que se la enseñé a Gregor.

Paula y Luís, casi más molestos que extrañados, miraban atentamente la foto sin decir palabra, esperando que alguien les explicase el por qué de esa inoportuna broma.

- Sí, es Marcos, y la cosa pinta muy mal. Tenemos que volver a la iglesia de San Judas.

Luís y Paula no necesitaron más detalles para saber exactamente a lo que se refería. Había pasado mucho tiempo, pero se acordaban perfectamente de aquel día en que su ansia de aventuras había llegado al límite, costándoles un susto de muerte, y en cierto modo, su férrea amistad. Todo empezó como siempre: un libro destartalado, la polvorienta buhardilla, cinco amigos y un nuevo misterio. Era leyenda popular, aunque poco extendida, que en la iglesia de San Judas se oían extraños cánticos nocturnos. No eran habituales, pero cuando alguien los oía siempre era en noche de luna nueva. Algunos se burlaban de esa vieja historia de fantasmas, pero los que realmente habían oído los cánticos, apenas querían hablar del tema. Gregorio había leído acerca de la leyenda y de la supuesta procedencia de esos extraños cánticos ocultos, y había compartido la historia con sus amigos. Como siempre, decidieron comprobar la veracidad del asunto por su cuenta y riesgo, pero algo se torció, y no sólo no consiguieron encontrar el pasadizo a las catacumbas, sino que Marcos casi... No querían ni acordarse. Todo sucedió demasiado rápido. Escucharon un sonido tenue pero melódico. De repente el campanario comenzó a arder y se asustaron tanto que Marcos resbaló. Era un simple pozo vacío, pero comenzó a salir agua del suelo. Si no llega a ser por la rapidez con que María corrió a buscar ayuda...

- Pero, ¿qué tiene que ver esta foto con la iglesia? - Preguntó Luís, sin saber muy bien como encajar las piezas.

- ¿No lo entiendes? - Se impacientó Gregorio. - Lo dice claramente: "Acabad lo que dejasteis a la mitad, esta vez sin ayuda, y le encontraréis." Han vuelto a por nosotros, saben que aquel día descubrimos su lugar sagrado y quieren que regresemos...

- Pero, ¿Por qué? ¿Para qué? ¿Dónde está Marcos? - Luís había crecido, desde luego, ya no era aquel niño gordinflón que no paraba de hablar, pero parecía estar reviviendo sus miedos más remotos. - ¿Y a qué se refiere con eso de "esta vez sin ayuda"?

- La ouija... - Paula rebuscó en su memoria e hizo uso de su intuición. - Fue la ouija la que nos dio la pista clave para encontrar el lugar exacto donde debía estar la entrada. Pero algo falló. Esta noche hay luna nueva. Debemos volver a buscarla.

- ¿Y si volvemos a fallar? ¿Y si no encontramos el pasadizo? ¿Qué pasará con Marcos? - El terror se reflejaba en los ojos de María.

- Esta vez no fallaremos - dijo Gregorio de repente, levantando la vista del ajado tomo que sostenía entre sus manos. - Nuestra ignorancia infantil hizo que confundiésemos el detalle más importante: No era Judas Iscariote el que dio nombre a la iglesia, sino Judas Tadeo, el santo de las causas difíciles y desesperadas - Las investigaciones realizadas por su ex-mujer en el campo religioso parecían tener por fin una verdadera utilidad. - Estábamos buscando en el lugar equivocado. El campanario ardió antes de que pudiésemos encontrar la verdadera entrada, la de los mártires, no la de los traidores. Si hay algún modo de encontrar a marcos, la respuesta tiene que estar allí…

Caminaba de un lado a otro de la habitación, con la desesperación corriendo por sus venas y el agua cubriéndole las espinillas. La voz había desaparecido, pero el líquido seguía manando, despacio, sin tregua. Debían haber pasado dos horas, quizá tres. Tras comprender que aquello no era una broma de mal gusto sino algo mucho más turbio, y después de sufrir un frenético pero efímero ataque de ansiedad, decidió hacer acopio de tranquilidad y analizar la situación:
La foto, sus viejos amigos del pueblo, el nivel del agua subiendo… Aquello le trajo el intenso recuerdo de un verano en San Gonzalo en el que Gregorio, como de costumbre, había conseguido despegarlos de su maravillosa poltrona veraniega para introducirlos en una nueva y enigmática aventura que, en esta ocasión, no fue muy afortunada. Se trataba de unas voces que provenían de la iglesia. Recordaba algo de una antigua secta o un grupo de monjes satánicos, o algo semejante; una leyenda sacada de uno de los viejos libros de la buhardilla. Parecía emocionante, pero se convirtió en una pesadilla. La noche se posaba sobre sus cabezas y no encontraban la entrada al pasadizo, pasaron horas discutiendo. Ya se daban por vencidos y emprendían camino de vuelta a casa cuando escucharon las voces. Provenían de la iglesia, a sus espaldas. Pararon en seco, y a pesar del miedo que corría por sus venas, decidieron volver y seguir las voces. Cada vez más cerca, tenía que ser allí, ¿dónde estaba la entrada?  De repente había gritado, sin querer, pero lo había hecho… Las voces cesaron al tiempo que sus amigos le miraban entre asombrados y acusadores. ¿Los habían descubierto? No pudieron saberlo, el campanario comenzó a arder y salieron corriendo. El pozo, no lo vio y cayó dentro… Nunca en la vida había sentido tanto terror… Hasta ahora.

Se trataba de la continuación de aquella aventura inacabada, estaba seguro, pero de nada le servía la certeza de lo inevitable. Estaba atrapado, sin salida.
 “¿Vendrán a buscarme? Y si no lo hacen, o no lo consiguen…”

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