viernes, 6 de abril de 2012

El peor robo del mundo. Tercera parte

El ruido era para volverse loco. Una sinfonía arrítmica de melodías, canciones comerciales, sonidos de oficina… una mezcla que se hacía más molesta por segundos. Era difícil mantener la compostura. Incluso a Rossana las pupilas le daban vueltas del mareo. Se sentía rodeada, observada. Quiso decir algo, gritar de ira, pero la situación que estaba viviendo superaba con creces su dura infancia en las que la fuerza bruta había sido parte fundamental de su supervivencia. La brasileña sólo se inmuto al oír el fuerte golpe y el crepitar de los huesos. Giro la cabeza y vio como José León despegaba la cara del cristal de seguridad de la fachada principal, perdía el equilibrio y se volvía a dar otro fuerte golpe, esta vez contra el suelo, en una acrobacia torpe y descontrolada en la que su maletín se abrió.

De su nariz empezaron a deslizar unos surcos enormes de sangre que le recorrieron el brazo hasta la mano y de ahí al arma oculta en el maletín con la que planeaba atracar el banco. Demasiada presión para un hombre acostumbrado a amasar fortuna a base de documentos, contratos y abogados. Un hombre desesperado que lo había perdido todo en un abrir y cerrar de ojos. Presa del pánico, el desgraciado había intentado salir del banco por la vía fácil, que casualmente era la más dolorosa y también la menos efectiva. El golpe activó la alarma antirrobo del banco, que empezó a bramar como un estadio enfebrecido. El ruido pasó de insoportable a ensordecedor y si los tímpanos gritasen de dolor de seguro que habrían pedido ayuda. El estrés se había apoderado de la sala y había que tomar medidas.
- Joder que estoy aburrida de tanta inutilidad masculina. Voy a acabar con esto a mi manera. - Y era cierto que Rossana tenía balas de sobra para hacerlo.

Su corazón palpitaba de pura adrenalina y palpitó todavía más fuerte cuando se giró y vio a Laura encarándola a escasos centímetros. Cuando vio esos ojos ensangrentados, llenos de ira, buscando ajusticiamiento, el corazón estuvo a punto de atravesarle las costillas. No había pasado tanto miedo en su vida. Su mundo se esfumaba y dejaba de ser como lo había conocido. Notó cómo el sonido se desvanecía hasta llegar a desaparecer. Una sensación de eternidad, de ensimismamiento. Estaban ellas dos. Rossana y Laura. Laura y Rossana. Y las palabras que se llevaron su voluntad y la convirtieron en un soldado. Ahora buscaba Justicia. Justicia con mayúsculas. Se había convertido en juez, víctima y verdugo. Y lo sabía por las caras de incredulidad con que ellos la miraban. La miraban y la apuntaban con sus pistolas oficiales, amenazantes. Rossana se encontraba de repente en el exterior, frente a la entrada del banco, en la parte superior de la escalinata principal. Pero ya no era Rossana. En la acera de enfrente había seis policías: hombres que se habían ganado el ascenso a base de palizas y abusos a extranjeros y delincuentes de poca monta. No les gustaba Rossana porque su pulso era firme y su decisión, inapelable.
- (¡¡Los depredadores merecen morir!! ) – Le había dicho la niña.

En el interior el ruido no cesaba. Lo que aprovechó el valiente Luis Padilla para hacer lo que muchos no se atreverían con un ojo morado: reunió fuerzas para levantarse, ayudó a Marta a levantarse y la llevó hasta el despacho principal, para desde allí desconectar la alarma. Al menos ya no le dolerían los oídos y era indudable que estaba en un sitio privilegiado para ver todos los movimientos del interior del banco. Por suerte los teléfonos móviles empezaban a dejar de sonar y ya se podía distinguir alguna de las melodías remanentes. Éstas formaban una macabra sinfonía audiovisual con los trozos de sangre y vísceras que desde el exterior y al unísono con la música intentaban atravesar la puerta principal de vidrio sin conseguirlo. La escena era horripilante: Un atracador desmayado, la otra masacrada, un hombre inconsciente con las cervicales fracturadas y la nariz rota, un guardia asesinado y una mujer enfrentándose a sus demonios. Quiso activar el protocolo de emergencia, bloquear el sistema de cuentas, sellar la caja fuerte, asegurar las puertas. Podría aprovechar que Marta estaba a salvo para enfrentarse a los intrusos. Pero cuando miro a Marta para decirle que todo iba a salir bien descubrió que a quien iba a hablar ya no era Marta y que aquellos ojos no presagiaban nada bueno.
- Lo siento Marta. Hay demasiado en juego – El Director intentó golpearla con una pesada estatua que había encima de su mesa pero Marta fue más rápida y le clavo el abrecartas en el único ojo que le quedaba sano. Esta vez el dolor era mayor que la vergüenza.
- (¡¡Los avariciosos merecen morir!! ) – Le había dicho la niña.

A escasos metros del despacho Luis Saravia empezaba a recuperar el sentido. Deseaba que todo fuese un sueño, pero los ojos que le miraban eran muy reales.
- T.. Tu… Tu... N… nnn…. No t…. te… mu…mmm… muevas… - Dijo mientras apuntaba a la niña con la mano que no tenía pistola. La niña seguía mirándole.
- Y… di di di… dim… dime qu… que… quien… - Se estaba meando encima.

No sabría decir si fue cuando le llego el olor a sangre, cuando vio a María coger el arma del maletín, a las sombras de los policías preparándose para entrar en el edificio o cuando comprendió que estaba atracando un banco custodiado por un demonio vengativo y justiciero. Pero lo cierto es que cuando la cosa ya no podía ir a peor, Luis Saravia, agotado, se desmayo y cayó al suelo por segunda vez.

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